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viernes, 4 de enero de 2013

Descripciones (I)


El arpón atrapa sueños
Es calificado como objeto decorativo mientras adorna una balda de salón. Mide no más de veinte centímetros de largo, con tres de grosor y un estrechamiento progresivo que llega hasta el pico curvo, diseñado para aferrarse al objetivo y no soltarle. En este arpón, el pico tiene dientes de sierra que hacen patente esta finalidad.
Habitualmente, está compuesto por dos partes: un mango de hueso tallado a partir del fémur de una pantera y una flecha hecha de platino. En este arpón, además de estar rematada en sierra la flecha, tiene ribetes plateados que configuran filigranas a lo largo y ancho del mango. El hueso está tallado con relieves de espumas marinas, tritones, sirenas y peces casi en su totalidad. El lugar honorífico del mango está ocupado por Poseidón, dios griego del mar, tallado con todos los detalles imaginables.  La flecha no tiene un color definido, es iridiscente y cambia de color con los cambios de luz.
 Puede ser usado por cualquier persona, sin distinción de razas, sexos o sexo con el que se acuesten. Dejar fuera del alcance de niños menores de doce años; su uso inadecuado puede producir lesiones. Empléese preferentemente cuando el durmiente se encuentre en fase de sueño profundo, cuidando de acertar al sueño y no al yaciente accidentalmente.
Láncese contra la neblina onírica que flote en el entorno del durmiente, recoja el arpón cuidando de no desgarrar el sueño al desincrustarlo de los dientes de sierra e introdúzcalo en una botella. Respire el sueño de la botella para repetirlo. Precaución, los sueños excesivamente desgastados causan intoxicación leve.


Decoración exótica
Parecía un simple objeto de decoración que cogía polvo en la balda del salón. Alargado como un pequeño machete, con un estrechamiento gradual que desembocaba en un pico curvado y unos dientes de sierra afilados, pero exquisitamente delicados, que lo convertían en un objeto ciertamente deslumbrante. Es evidente que los dientes sirven a una finalidad obvia —no soltar la presa—, pero me preguntaba qué podían aferrar en un hábitat tan poco propicio a la caza.
Lo examiné muy atentamente y descubrí que no era un todo como había imaginado, sino que tenía una minúscula juntura entre el mango y la flecha. La flecha, a mi inexperto ojo, parecía hecha de platino y su superficie refulgía y cambiaba de color con cada rayo de luz que recibía. Era, sin duda alguna, el objeto más bello que había contemplado.
Impresión que se vio reforzada al contemplar el mango. Presumiblemente hecho de hueso, estaba tallado con relieves en su totalidad. Eran de lo más variopintos, desde espuma de olas —rotas— con regusto de amargura pasando por tritones, sirenas y peces que inspiraban libertad. Todo ello sazonado con unos preciosos ribetes plateados que tejían filigranas entre los seres marinos. Tuve que rotar el arpón un poco para poder observar al Poseidón que estaba tallado en el lugar honorífico del mango. Era una figura tan exquisitamente tallada que podía sentir como sus mudos ojos me traspasaban, me imbuían de un regusto de poder más antiguo que el propio tiempo. Y me hizo recordar la utilidad de tan particular objeto: cazar sueños para poder volver a soñarlos.
Ningún requisito para atrapar sueños salvo puntería y madurez para ello. Tan gelatinosos como los peces y tan difíciles de pescar como estos. Tan fácilmente almacenables y tan fácilmente corrompibles e intoxicantes como sus escamas. Por eso tenía semejantes dientes el arpón, para retenerlos bien fuerte.



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